lunes, 2 de julio de 2012

Manifiesto de Economistas Aterrados



 Manifiesto de economistas aterrados

Philippe Askenazy, Thomas Coutrot, André Orléan y Henry Sterdyniak,  Editorial Pasos Perdidos-Barataria, 2011
Mientras el capitalismo de casino nos robaba el presente, el futuro y la dignidad, la mayoría de los economistas miraban para otro lado o  hablaban de brotes verdes. Por fortuna, en los últimos tiempos algo está cambiando en la profesión de economista. A ello contribuye la enormidad de la crisis económica que sufrimos, que no deja indiferente a quien tenga una brizna de honradez intelectual.
A medida que se desvela la miseria del capitalismo, crece el número de economistas que denuncian la perversidad y las mentiras neoliberales. Los economistas críticos no ocupan aún cargos de responsabilidad política o económica, pero sus ideas comienzan a llegar a las capas más ilustradas y conscientes de la opinión pública. Para difundirlas utilizan la red, que es el nuevo foro mundial.
El Manifiesto de economistas aterrados es un libro claro, breve y riguroso, ha sido redactado para ser entendido y, también, por qué no, para ser criticado. Lo han escrito cuatro economistas franceses, y a él se han adherido ya más de 3.000, lo que demuestra que en la academia y fuera de ella existe una sed de verdad y de conocimiento que se creía agotada.
También está disponible en la red, aunque no traducido, en el blog que mantienen sus autores. Por supuesto todavía queda algún ejemplar en las librerías, hace quince días me encontré con un ejemplar en la isla, Fuerteventura.
El objetivo del libro es sencillo: desmontar diez falsas evidencias sobre la economía capitalista, proponiendo las alternativas pertinentes a cada una de ellas.
Según los autores es preciso refundar el pensamiento económico, porque vivimos tiempos de ruptura histórica en los que las viejas ideas ya no sirven. Este libro es una contribución a esta tarea.

1. Primera falsa evidencia: los mercados financieros son eficientes
La financiación de la economía ha dado lugar a una forma inédita de capitalismo en la que, según sus defensores, se produce la asignación más racional de capitales para la satisfacción de necesidades. Para los defensores de las finanzas libres, los precios de los títulos reflejan información objetiva, de modo que cuantos más títulos circulen, cualitativa y cuantitativamente, y con mayor libertad, más eficaz será el sistema económico. Las distorsiones que pudieran producirse serían fallos de regulación pero no del instrumento de asignación de capitales.
Esto es lo que afirma la teoría. Pero la práctica se ha encargado de demostrar que tal presunción es falsa. La competencia financiera produce precios distorsionados y genera burbujas financieras, que son espirales de precios totalmente irracionales. Ocurre esto porque los títulos (acciones, obligaciones, deuda, derivados, divisas), a diferencia de cualquier otro bien, cuando suben de precio experimentan aumentos de la demanda, en la suposición de que tal subida anuncia un incremento de la rentabilidad. Si la presión es suficiente, la demanda no deja de crecer hasta que un incidente destruye la burbuja, llevándose por delante de manera inmediata a los inversores confiados. Estos episodios especulativos, frecuentes en la historia, no reflejan el mecanismo real de la economía pero se propagan por ella con consecuencias catastróficas.
Una vez acreditada la falsedad de que los mercados financieros son eficientes, se trata de impedir que dominen la economía material y la lleven a la ruina. Según los autores, hay varias medidas que podrían impedirlo: prohibir a los bancos especular por cuenta propia, separar estrictamente los mercados financieros y las actividades financieras, controlar los movimientos de capitales, fijar tasas sobre las transacciones financieras, limitar las transacciones financieras a lo que responda a las necesidades de la economía real y limitar la remuneración de los que se dedican a comprar y vender títulos.

2. Segunda falsa evidencia: los mercados financieros favorecen el crecimiento económico
Las finanzas han alcanzado el cenit de su poder y han conseguido algo tan paradójico como perturbador: hoy son las empresas las que financian a los accionistas, y no al revés.
Esto quiere decir que las empresas tienen como principal y único objetivo enriquecer a los accionistas a unos niveles imposibles. Este enfoque absurdo mina el funcionamiento de cualquier empresa, muy especialmente si el capital disfruta de completa libertad para abandonar un proyecto empresarial cuando le venga en gana. A mayor poder de los mercados financieros le corresponde un debilitamiento de las empresas y una bajada de los salarios de los trabajadores, que sólo pueden mantener su demanda o subirla sobre la base de un endeudamiento (crecimiento sin salarios) que, más tarde que pronto, acaba en tragedia.
Para impedir que los mercados financieros destruyan el tejido empresarial habría que reforzar los contrapoderes en las empresas, incrementar de manera muy notable la fiscalidad a las rentas muy altas para desalentar la carrera en pos de rendimientos imposibles y disminuir la dependencia de las empresas respecto de los mercados financieros, mediante políticas públicas de crédito.

3. Los mercados son buenos jueces de la solvencia de los Estados
Ya se dijo antes que los mercados financieros no generan precios racionales de los títulos. Recordemos que un precio financiero es una suposición sobre el futuro que, además, no es neutral puesto que afecta a ese futuro que se presupone. Las evaluaciones financieras modifican la realidad, que es como decir que crean una realidad nueva. Las decisiones de las agencias de evaluación, que son un oligopolio privado, son cualquier cosa menos inocentes, y se asemejan por sus efectos al observador del principio de incertidumbre de Heisenberg. Es evidente que cuando una agencia de calificación otorga una mala valoración a la deuda soberana de un país, eleva su tipo de interés, lo que empeora la situación económica del país analizado, con lo que se cumple la suposición que realizó al comienzo, fuese o no inicialmente cierta.
Para impedir esta consecuencia perversa habría que regular la actividad de las agencias de calificación, logrando que los análisis sean el resultado de un cálculo económico transparente. Además, sería necesario liberar a los Estados de la amenaza de los mercados financieros garantizando la compra de los títulos públicos por parte del BCE.

4. El alza excesiva de la deuda pública es consecuencia de un exceso de gasto
Hay que aclarar el porqué de la deuda pública, causada en su mayor parte por los planes de salvamento de las instituciones financieras y por la recesión provocada por la crisis financiera y bancaria que empezó en el año 2008. La otra razón que alimenta el incremento de la deuda pública, que es anterior a la crisis financiera, es la ralentización del crecimiento económico y la contrarrevolución fiscal que lleva perdonando impuestos a los más ricos desde hace un cuarto de siglo. Por tanto, el gasto público no es responsable del aumento de la deuda
Para aclarar absolutamente esta cuestión sería conveniente realizar una auditoria rigurosa sobre el origen de las diferentes deudas públicas, conocer la identidad de sus poseedores y los importes respectivos.

5. Hay que reducir los gastos para reducir la deuda pública
La dinámica de la deuda pública no es comparable a la de la deuda de una familia, que la reduce recortando gastos hasta donde es capaz. La deuda pública depende de varios factores como el nivel de los déficits primarios y la diferencia entre el tipo de interés y la tasa de crecimiento nominal de la economía.
público compromete la actividad económica la deuda se incrementa todavía más, y si quienes lo hacen tienen un comercio muy importante entre sí, caso de la UE, además de agravar la recesión, incrementarán de manera muy notable sus respectivas deudas. De aquí se deduce que puede haber recortes que incrementan la deuda y no al revés.
Para evitar el peligro del desastre social provocado por recortes indiscriminados del gasto hay que mantener el nivel de protección social e incluso mejorarlo, así como incrementar el esfuerzo presupuestario en educación, investigación e inversión en la reconversión ecológica de la economía, materias claves del crecimiento sostenible.

6. La deuda pública traslada el precio de nuestros excesos a nuestros nietos
Esta es una afirmación totalmente falaz. Es verdad que la deuda pública transfiere la riqueza, pero lo hace especialmente de los contribuyentes ordinarios a los rentistas. La deuda pública ha sido generada por la crisis y por las bajadas de impuestos a los más ricos. El dinero que los ricos se ahorran al no pagar impuestos lo utilizan en comprar deuda, por la que reciben una remuneración que también sale de los impuestos de los trabajadores. Por tanto, los grandes beneficiarios de la deuda pública son los más pudientes.
Para evitar tal disparate habría que reformar la fiscalidad gravando más al que más tiene, combatiendo el fraude fiscal y eliminando exoneraciones fiscales concedidas a empresas que no tienen suficiente repercusión sobre el empleo.

7. Hay que tranquilizar a los mercados financieros para poder financiar la deuda
pública
La financiarización de la economía ha provocado un proceso generalizado de endeudamiento que afecta a empresas, particulares y Estados. Para colmo, la UE ha incluido la financiarización en los tratados, ya que desde Maastricht los Bancos Centrales tienen prohibido financiar directamente a los Estados, que deben encontrar préstamos en los mercados financieros, lo cual les hace muy vulnerables a los ataques especulativos. Además, la idea de que es bueno acudir a la financiación privada de la deuda reposa en la falacia de considerar que los mercados financieros son eficientes, omniscientes y racionales.
Asentado esto, la solución no es financiarizar más la economía o recortar drásticamente el gasto público para tranquilizar a unos mercados que hoy nos piden una cosa (reducir insensatamente el gasto público) y mañana la contraria (crecer económicamente para devolver los préstamos), sino reformar el funcionamiento del BCE y reestructurar la deuda. De manera inmediata hay que autorizar al BCE a financiar la deuda pública o forzar a la banca comercial a hacerlo a tipos de interés bajos. En cuanto a la deuda en sí, hay que limitar el pago del servicio a un determinado porcentaje del PIB, discriminar entre grandes y pequeños acreedores para que los primeros cobren más tarde o, incluso, fijar anulaciones parciales o totales de la misma. Por último, es muy necesario renegociar a la baja los tipos de interés desorbitados que gravitan sobre algunas deudas soberanas.

8. La UE defiende el modelo social europeo
La evolución de la UE desmiente totalmente este eslogan. Recordemos que la UE instituyó un sistema de competencia social y fiscal basada en cuatro libertades fundamentales: libre circulación de personas, de mercancías, de servicios y de capitales, afectando esta última a los capitales del mundo entero. Este diseño disparatado somete a Europa a los imperativos de valoración de los capitales internacionales y abre paso a la financiarización extrema de la economía.
A este planteamiento puramente neoliberal se añade el hecho de privar a los países de cualquier autonomía en materia de política monetaria y presupuestaria. Por otra parte, en la UE no se tienen en cuenta las diferencias nacionales (fiscales, de inflación, de déficit exterior, sociales, de renta, etc...) a la hora de tomar decisiones de carácter monetario, lo que ahonda aún más el perverso mecanismo de la competitividad a la baja.
En este terreno cabría aplicar medidas de reforma tales como poner en cuestión la libre circulación de mercancías y de capitales entre la UE y el resto del mundo, así como sustituir la competencia por la armonización basada en compromisos macroeconómicos
y de política social.

9. El euro es un escudo contra la crisis
Se creía que el euro protegería contra la crisis al eliminar la incertidumbre sobre los tipos de cambio entre las monedas europeas. Pero no ha sido así, ya que el euro se asienta en un crecimiento económico mediocre y en un sistema de Estados en el que aumentan las divergencias en cuanto a paro, desequilibrios exteriores, inflación y crecimiento.
El euro ha aumentado la rigidez monetaria y presupuestaria en Europa, incentivando que los ajustes recaigan sobre el trabajo. A la larga, como consecuencia del diseño de la moneda única, se ha reducido la parte de los salarios de la renta total y han crecido las desigualdades en toda la UE. La consecuencia más clara de esta realidad tan heterogénea nos la ofrece la poca capacidad mostrada del euro para frenar la crisis.
Ahora vemos que los desequilibrios de la zona euro eran una bomba de relojería: los países del norte limitaban sus salarios y demandas internas, acumulando excedentes exteriores, mientras que los países periféricos crecían vigorosamente impulsados por bajos tipos de interés y acumulaban déficits exteriores. El desacoplamiento entre unos y otros fue cada vez mayor, a lo que se añade el descarrilamiento de los países periféricos.
Por esta razón el euro es hoy una moneda contra la que se especula sin ningún pudor.
Para que el euro esté en condiciones de proteger de la crisis a los ciudadanos habría que asegurar una auténtica coordinación de las políticas macroeconómicas, una reducción concertada de los desequilibrios comerciales entre los países de la UE y compensar los desequilibrios de pagos mediante un organismo que regule los préstamos entre países europeos. En el peor de los casos, si el euro estalla, hasta que no se construya un sistema presupuestario europeo, habría que establecer un régimen monetario intraeuropeo (moneda común de tipo bancor) que organice la reabsorción de los desequilibrios de las balanzas comerciales en Europa.

10. La crisis griega ha permitido por fin avanzar hacia un gobierno económico y una verdadera solidaridad europea

Desde mediados de 2009 los mercados financieros han comenzado a especular con las deudas de los países europeos, especialmente las de los más débiles. Mientras tanto, la UE se ha abstenido de utilizar al BCE para financiar las deudas soberanas. Tanta inacción provoca que se aplique en Grecia un programa de austeridad que va a condenar a su economía al retroceso y a un largo período de recesión, en la idea que tal programa sirva también como espantajo que atemorice al resto de los ciudadanos de la UE.
La crisis está sirviendo para radicalizar el neoliberalismo, pero tal propósito tiene pocas probabilidades de éxito por varias razones: a) los recortes en el gasto público comprometerán los esfuerzos para sostener las inversiones que necesita la industria europea para tener futuro; b) comprometerán la cohesión social; c) reducirán la demanda efectiva; d) no disciplinarán al sector financiero ni a las grandes fortunas que lo sostienen; e) no permitirán reducir la degradación de la deuda soberana; y f) puede producir repliegues de países que no están dispuestos a someterse a una disciplina tan férrea como contraproducente.
En consecuencia, nunca antes hubo menos gobierno de la UE que ahora, cuando más se necesita. El camino correcto para salir de la trampa en la que estamos es el contrario: reforzar el gobierno económico y la solidaridad europea. Para hacerlo hay que desarrollar una fiscalidad y un presupuesto europeos que contribuyan a la convergencia de las economías y a la homogeneización de las condiciones de acceso a los servicios públicos y sociales. A ello debe añadirse que Europa debe lanzarse ya a una reconversión ecológica de su economía, cubierta por un plan europeo de suscripción pública a tipos bajos de interés o mediante emisiones monetarias del BCE.

Conclusión

Los autores sostienen que Europa se ha construido en las últimas tres décadas de un modo tecnocrático, excluyendo a los ciudadanos, y sobre una base ideológica neoliberal que tiene por núcleo el dogma disparatado de que los mercados financieros desregulados producen la mayor eficiencia. Los que han diseñado y ejecutado este plan para Europa son responsables de la crisis actual, porque nada ocurre por accidente.
En cualquier caso, en estos tiempos de profunda crisis es inaplazable refundar la construcción europea sobre bases nuevas. Para ello hace falta un pensamiento nuevo, de ahí la importancia y la urgencia de su elaboración.
La tarea que tienen ante sí los economistas que quieren renovar el pensamiento económico es formidable. Primero de todo, han de desmontar una montaña de prejuicios, medias verdades y mentiras absolutas que forman parte de la sabiduría económica popular. Han de ser capaces, también, de componer un discurso alternativo y creíble capaz de oponerse al dominante, que ha calado muy profundo a pesar de las grietas que lo debilitan. Además, han de lograr que su mensaje se extienda por todos los capilares de la sociedad. Del éxito de estas tareas depende el futuro de millones de ciudadanos.

Nota: Pido disculpas por los errores en la traducción.

Fuerteventura, 3 de Julio de 2012

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