Manifiesto de economistas aterrados
Philippe Askenazy, Thomas
Coutrot, André Orléan y Henry Sterdyniak, Editorial Pasos Perdidos-Barataria, 2011
Mientras el capitalismo de
casino nos robaba el presente, el futuro y la dignidad, la mayoría de los
economistas miraban para otro lado o hablaban
de brotes verdes. Por fortuna, en los últimos tiempos algo está cambiando en la
profesión de economista. A ello contribuye la enormidad de la crisis económica
que sufrimos, que no deja indiferente a quien tenga una brizna de honradez
intelectual.
A medida que se desvela la
miseria del capitalismo, crece el número de economistas que denuncian la
perversidad y las mentiras neoliberales. Los economistas críticos no ocupan aún
cargos de responsabilidad política o económica, pero sus ideas comienzan a llegar
a las capas más ilustradas y conscientes de la opinión pública. Para
difundirlas utilizan la red, que es el nuevo foro mundial.
El Manifiesto de economistas
aterrados es
un libro claro, breve y riguroso, ha sido redactado para ser entendido y,
también, por qué no, para ser criticado. Lo han escrito cuatro economistas franceses,
y a él se han adherido ya más de 3.000, lo que demuestra que en la academia y
fuera de ella existe una sed de verdad y de conocimiento que se creía agotada.
También está disponible en la
red, aunque no traducido, en el blog que mantienen sus autores. Por supuesto
todavía queda algún ejemplar en las librerías, hace quince días me encontré con
un ejemplar en la isla, Fuerteventura.
El objetivo del libro es
sencillo: desmontar diez falsas evidencias sobre la economía capitalista,
proponiendo las alternativas pertinentes a cada una de ellas.
Según los autores es preciso
refundar el pensamiento económico, porque vivimos tiempos de ruptura histórica
en los que las viejas ideas ya no sirven. Este libro es una contribución a esta
tarea.
1. Primera falsa evidencia:
los mercados financieros son eficientes
La financiación de la economía
ha dado lugar a una forma inédita de capitalismo en la que, según sus
defensores, se produce la asignación más racional de capitales para la satisfacción
de necesidades. Para los defensores de las finanzas libres, los precios de los títulos
reflejan información objetiva, de modo que cuantos más títulos circulen, cualitativa
y cuantitativamente, y con mayor libertad, más eficaz será el sistema económico.
Las distorsiones que pudieran producirse serían fallos de regulación pero no del
instrumento de asignación de capitales.
Esto es lo que afirma la
teoría. Pero la práctica se ha encargado de demostrar que tal presunción es
falsa. La competencia financiera produce precios distorsionados y genera burbujas
financieras, que son espirales de precios totalmente irracionales. Ocurre esto porque
los títulos (acciones, obligaciones, deuda, derivados, divisas), a diferencia
de cualquier otro bien, cuando suben de precio experimentan aumentos de la
demanda, en la suposición de que tal subida anuncia un incremento de la
rentabilidad. Si la presión es suficiente, la demanda no deja de crecer hasta
que un incidente destruye la burbuja, llevándose por delante de manera
inmediata a los inversores confiados. Estos episodios especulativos, frecuentes
en la historia, no reflejan el mecanismo real de la economía pero se propagan
por ella con consecuencias catastróficas.
Una vez acreditada la falsedad
de que los mercados financieros son eficientes, se trata de impedir que dominen
la economía material y la lleven a la ruina. Según los autores, hay varias
medidas que podrían impedirlo: prohibir a los bancos especular por cuenta propia,
separar estrictamente los mercados financieros y las actividades financieras, controlar
los movimientos de capitales, fijar tasas sobre las transacciones financieras, limitar
las transacciones financieras a lo que responda a las necesidades de la
economía real y limitar la remuneración de los que se dedican a comprar y
vender títulos.
2. Segunda falsa evidencia:
los mercados financieros favorecen el crecimiento económico
Las finanzas han alcanzado el cenit
de su poder y han conseguido algo tan paradójico como perturbador: hoy son las
empresas las que financian a los accionistas, y no al revés.
Esto quiere decir que las
empresas tienen como principal y único objetivo enriquecer a los accionistas a
unos niveles imposibles. Este enfoque absurdo mina el funcionamiento de
cualquier empresa, muy especialmente si el capital disfruta de completa
libertad para abandonar un proyecto empresarial cuando le venga en gana. A
mayor poder de los mercados financieros le corresponde un debilitamiento de las
empresas y una bajada de los salarios de los trabajadores, que sólo pueden
mantener su demanda o subirla sobre la base de un endeudamiento (crecimiento
sin salarios) que, más tarde que pronto, acaba en tragedia.
Para impedir que los mercados
financieros destruyan el tejido empresarial habría que reforzar los
contrapoderes en las empresas, incrementar de manera muy notable la fiscalidad
a las rentas muy altas para desalentar la carrera en pos de rendimientos imposibles
y disminuir la dependencia de las empresas respecto de los mercados financieros,
mediante políticas públicas de crédito.
3. Los mercados son buenos
jueces de la solvencia de los Estados
Ya se dijo antes que los
mercados financieros no generan precios racionales de los títulos. Recordemos
que un precio financiero es una suposición sobre el futuro que, además, no es
neutral puesto que afecta a ese futuro que se presupone. Las evaluaciones financieras
modifican la realidad, que es como decir que crean una realidad nueva. Las decisiones
de las agencias de evaluación, que son un oligopolio privado, son cualquier cosa
menos inocentes, y se asemejan por sus efectos al observador del principio de incertidumbre
de Heisenberg. Es evidente que cuando una agencia de calificación otorga una
mala valoración a la deuda soberana de un país, eleva su tipo de interés, lo que
empeora la situación económica del país analizado, con lo que se cumple la suposición
que realizó al comienzo, fuese o no inicialmente cierta.
Para impedir esta consecuencia
perversa habría que regular la actividad de las agencias de calificación,
logrando que los análisis sean el resultado de un cálculo económico transparente.
Además, sería necesario liberar a los Estados de la amenaza de los mercados
financieros garantizando la compra de los títulos públicos por parte del BCE.
4. El alza excesiva de la
deuda pública es consecuencia de un exceso de gasto
Hay que aclarar el porqué de
la deuda pública, causada en su mayor parte por los planes de salvamento de las
instituciones financieras y por la recesión provocada por la crisis financiera
y bancaria que empezó en el año 2008. La otra razón que alimenta el incremento
de la deuda pública, que es anterior a la crisis financiera, es la ralentización
del crecimiento económico y la contrarrevolución fiscal que lleva perdonando impuestos
a los más ricos desde hace un cuarto de siglo. Por tanto, el gasto público no es
responsable del aumento de la deuda
Para aclarar absolutamente
esta cuestión sería conveniente realizar una auditoria rigurosa sobre el origen
de las diferentes deudas públicas, conocer la identidad de sus poseedores y los
importes respectivos.
5. Hay que reducir los gastos
para reducir la deuda pública
La dinámica de la deuda
pública no es comparable a la de la deuda de una familia, que la reduce
recortando gastos hasta donde es capaz. La deuda pública depende de varios factores
como el nivel de los déficits primarios y la diferencia entre el tipo de
interés y la tasa de crecimiento nominal de la economía.
público compromete la
actividad económica la deuda se incrementa todavía más, y si quienes lo hacen
tienen un comercio muy importante entre sí, caso de la UE, además de agravar la
recesión, incrementarán de manera muy notable sus respectivas deudas. De aquí
se deduce que puede haber recortes que incrementan la deuda y no al revés.
Para evitar el peligro del
desastre social provocado por recortes indiscriminados del gasto hay que
mantener el nivel de protección social e incluso mejorarlo, así como incrementar
el esfuerzo presupuestario en educación, investigación e inversión en la reconversión
ecológica de la economía, materias claves del crecimiento sostenible.
6. La deuda pública traslada
el precio de nuestros excesos a nuestros nietos
Esta es una afirmación
totalmente falaz. Es verdad que la deuda pública transfiere la riqueza, pero lo
hace especialmente de los contribuyentes ordinarios a los rentistas. La deuda
pública ha sido generada por la crisis y por las bajadas de impuestos a los más
ricos. El dinero que los ricos se ahorran al no pagar impuestos lo utilizan en
comprar deuda, por la que reciben una remuneración que también sale de los
impuestos de los trabajadores. Por tanto, los grandes beneficiarios de la deuda
pública son los más pudientes.
Para evitar tal disparate
habría que reformar la fiscalidad gravando más al que más tiene, combatiendo el
fraude fiscal y eliminando exoneraciones fiscales concedidas a empresas que no
tienen suficiente repercusión sobre el empleo.
7. Hay que tranquilizar a los
mercados financieros para poder financiar la deuda
pública
La financiarización de la
economía ha provocado un proceso generalizado de endeudamiento que afecta a
empresas, particulares y Estados. Para colmo, la UE ha incluido la financiarización
en los tratados, ya que desde Maastricht los Bancos Centrales tienen prohibido
financiar directamente a los Estados, que deben encontrar préstamos en los
mercados financieros, lo cual les hace muy vulnerables a los ataques especulativos.
Además, la idea de que es bueno acudir a la financiación privada de la deuda
reposa en la falacia de considerar que los mercados financieros son eficientes,
omniscientes y racionales.
Asentado esto, la solución no
es financiarizar más la economía o recortar drásticamente el gasto público para
tranquilizar a unos mercados que hoy nos piden una cosa (reducir insensatamente
el gasto público) y mañana la contraria (crecer económicamente para devolver
los préstamos), sino reformar el funcionamiento del BCE y reestructurar la deuda.
De manera inmediata hay que autorizar al BCE a financiar la deuda pública o forzar
a la banca comercial a hacerlo a tipos de interés bajos. En cuanto a la deuda
en sí, hay que limitar el pago del servicio a un determinado porcentaje del
PIB, discriminar entre grandes y pequeños acreedores para que los primeros
cobren más tarde o, incluso, fijar anulaciones parciales o totales de la misma.
Por último, es muy necesario renegociar a la baja los tipos de interés
desorbitados que gravitan sobre algunas deudas soberanas.
8. La UE defiende el modelo
social europeo
La evolución de la UE
desmiente totalmente este eslogan. Recordemos que la UE instituyó un sistema de
competencia social y fiscal basada en cuatro libertades fundamentales: libre
circulación de personas, de mercancías, de servicios y de capitales, afectando
esta última a los capitales del mundo entero. Este diseño disparatado somete a Europa
a los imperativos de valoración de los capitales internacionales y abre paso a
la financiarización extrema de la economía.
A este planteamiento puramente
neoliberal se añade el hecho de privar a los países de cualquier autonomía en
materia de política monetaria y presupuestaria. Por otra parte, en la UE no se
tienen en cuenta las diferencias nacionales (fiscales, de inflación, de déficit
exterior, sociales, de renta, etc...) a la hora de tomar decisiones de carácter
monetario, lo que ahonda aún más el perverso mecanismo de la competitividad a
la baja.
En este terreno cabría aplicar
medidas de reforma tales como poner en cuestión la libre circulación de
mercancías y de capitales entre la UE y el resto del mundo, así como sustituir
la competencia por la armonización basada en compromisos macroeconómicos
y de
política social.
9. El euro es un escudo contra
la crisis
Se creía que el euro
protegería contra la crisis al eliminar la incertidumbre sobre los tipos de
cambio entre las monedas europeas. Pero no ha sido así, ya que el euro se asienta
en un crecimiento económico mediocre y en un sistema de Estados en el que aumentan
las divergencias en cuanto a paro, desequilibrios exteriores, inflación y crecimiento.
El euro ha aumentado la
rigidez monetaria y presupuestaria en Europa, incentivando que los ajustes
recaigan sobre el trabajo. A la larga, como consecuencia del diseño de la moneda
única, se ha reducido la parte de los salarios de la renta total y han crecido
las desigualdades en toda la UE. La consecuencia más clara de esta realidad tan
heterogénea nos la ofrece la poca capacidad mostrada del euro para frenar la
crisis.
Ahora vemos que los
desequilibrios de la zona euro eran una bomba de relojería: los países del
norte limitaban sus salarios y demandas internas, acumulando excedentes exteriores,
mientras que los países periféricos crecían vigorosamente impulsados por bajos
tipos de interés y acumulaban déficits exteriores. El desacoplamiento entre
unos y otros fue cada vez mayor, a lo que se añade el descarrilamiento de los
países periféricos.
Por
esta razón el euro es hoy una moneda contra la que se especula sin ningún
pudor.
Para que el euro esté en
condiciones de proteger de la crisis a los ciudadanos habría que asegurar una
auténtica coordinación de las políticas macroeconómicas, una reducción concertada
de los desequilibrios comerciales entre los países de la UE y compensar los desequilibrios
de pagos mediante un organismo que regule los préstamos entre países europeos.
En el peor de los casos, si el euro estalla, hasta que no se construya un sistema
presupuestario europeo, habría que establecer un régimen monetario intraeuropeo
(moneda común de tipo bancor) que organice la reabsorción de los desequilibrios
de las balanzas comerciales en Europa.
10. La crisis griega ha
permitido por fin avanzar hacia un gobierno económico y una verdadera
solidaridad europea
Desde mediados de 2009 los
mercados financieros han comenzado a especular con las deudas de los países
europeos, especialmente las de los más débiles. Mientras tanto, la UE se ha
abstenido de utilizar al BCE para financiar las deudas soberanas. Tanta inacción
provoca que se aplique en Grecia un programa de austeridad que va a condenar a
su economía al retroceso y a un largo período de recesión, en la idea que tal
programa sirva también como espantajo que atemorice al resto de los ciudadanos
de la UE.
La crisis está sirviendo para
radicalizar el neoliberalismo, pero tal propósito tiene pocas probabilidades de
éxito por varias razones: a) los recortes en el gasto público comprometerán los
esfuerzos para sostener las inversiones que necesita la industria europea para
tener futuro; b) comprometerán la cohesión social; c) reducirán la demanda
efectiva; d) no disciplinarán al sector financiero ni a las grandes fortunas
que lo sostienen; e) no permitirán reducir la degradación de la deuda soberana;
y f) puede producir repliegues de países que no están dispuestos a someterse a
una disciplina tan férrea como contraproducente.
En consecuencia, nunca antes
hubo menos gobierno de la UE que ahora, cuando más se necesita. El camino
correcto para salir de la trampa en la que estamos es el contrario: reforzar el
gobierno económico y la solidaridad europea. Para hacerlo hay que desarrollar
una fiscalidad y un presupuesto europeos que contribuyan a la convergencia de
las economías y a la homogeneización de las condiciones de acceso a los
servicios públicos y sociales. A ello debe añadirse que Europa debe lanzarse ya
a una reconversión ecológica de su economía, cubierta por un plan europeo de
suscripción pública a tipos bajos de interés o mediante emisiones monetarias
del BCE.
Conclusión
Los autores sostienen que
Europa se ha construido en las últimas tres décadas de un modo tecnocrático,
excluyendo a los ciudadanos, y sobre una base ideológica neoliberal que tiene
por núcleo el dogma disparatado de que los mercados financieros desregulados
producen la mayor eficiencia. Los que han diseñado y ejecutado este plan para
Europa son responsables de la crisis actual, porque nada ocurre por accidente.
En cualquier caso, en estos
tiempos de profunda crisis es inaplazable refundar la construcción europea
sobre bases nuevas. Para ello hace falta un pensamiento nuevo, de ahí la
importancia y la urgencia de su elaboración.
La tarea que tienen ante sí
los economistas que quieren renovar el pensamiento económico es formidable.
Primero de todo, han de desmontar una montaña de prejuicios, medias verdades y
mentiras absolutas que forman parte de la sabiduría económica popular. Han de
ser capaces, también, de componer un discurso alternativo y creíble capaz de
oponerse al dominante, que ha calado muy profundo a pesar de las grietas que lo
debilitan. Además, han de lograr que su mensaje se extienda por todos los capilares
de la sociedad. Del éxito de estas tareas depende el futuro de millones de ciudadanos.
Nota: Pido disculpas por los
errores en la traducción.
Fuerteventura, 3 de Julio de 2012
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