jueves, 4 de octubre de 2012

Búsqueda de Empleo y Estado de Ánimo



Unos pequeños consejos para mejorar la autoestima en esta época de crisis que nos ha tocado vivir y unos consejos para afrontar la búsqueda de un empleo. Por supuesto, os deseo toda la suerte del mundo en esa búsqueda.

Batalla contra la angustia

Como resulta claro, la principal batalla que libramos cuando estamos sin empleo, se desarrolla en nuestra vida anímica. Suele invadirnos una gran cantidad de sentimientos negativos, los cuales traen como consecuencia la reducción de nuestra autoestima. Éste es el punto en el que debemos librar nuestro principal combate.
Por ello, para estar preparados, es que debemos detenernos en aquellos sentimientos negativos que nos invaden, para poder reemplazarlos. Veamos a modo de ejemplo. Una de las primeras cosas que nos pasan cuando no logramos una rápida reinserción en el mercado laboral es la aparición de un sentimiento de desazón, especialmente producto de experimentar una pérdida de gran parte de nuestra autoestima.
Es útil precisar que al no tener ingresos con los que hasta aquí contábamos –y como nos lo recuerda un personaje de Borges: “... el dinero es un repertorio de futuros posibles...”, lo primero que nos acontece entonces es que debemos reducir nuestras posibilidades en la vida de relación. Según los casos, muchos tienen que depender de sus cónyuges, otros de sus padres (o novios, o amistades) para determinados gastos. Y esto atenta, indudablemente, contra nuestra propia autoestima. La incertidumbre se convierte muchas veces en angustia. Tenemos que asumir que allí libramos nuestra principal batalla. Porque sólo si podemos quitarnos la angustia de encima y podremos tener una mejor visión para emprender una adecuada búsqueda de trabajo.

Reconocer nuestros miedos

En nuestro sentimiento de autoestima ingresan muchos componentes. Pero si queremos desentrañarlos, uno de los elementos en los que primero debemos hacer hincapié es en poder reconocer nuestros miedos. Debemos indagar en nosotros mismos para saber qué es lo que nos aterroriza. Tal vez encontremos que, por ejemplo, frente a una entrevista laboral nuestro vestuario no sea el más elegante. O temamos por nuestro lenguaje, o quizás por la imposibilidad de llegar a la hora.
Sea como fuese, el primer paso consiste en tomar conocimiento de nuestros temores. Como si estuviéramos frente a un mapa, tenemos que divisar la localidad hacia la que nos dirigimos.
Sólo entonces podremos enfrentar los miedos que nos carcomen. Debemos prestar atención a cada uno de los motivos y, de algún modo, establecer asimismo una escala de prioridades. Tampoco los miedos son de la misma naturaleza. No es lo mismo el temor a viajar en avión que el temor a sobresalir en el estudio o en el trabajo. Debemos ser prácticos. Y para ello es conveniente hacer dos escalas.
La primera escala es la que se traza acerca de nuestros temores: temor a tartamudear o a perder el hilo de la conversación, temor a no tener una broma oportuna para el deshielo de la charla, etc. Calificar de acuerdo con nuestra opinión cuál de estos temores es el más grande. Luego, sucesivamente, los otros. Es conveniente ir tomando gradualmente las soluciones. Es decir, empezar por proponernos eliminar primero los menos complejos, para seguir ascendiendo en la escala de dificultades. Empezar con lo más fácil para llegar más tarde a lo más difícil. Así como por ejemplo, la técnica de rendir bien un examen oral. Si nos dan para elegir un tema de exposición, debemos hacerlo en aquel que nos consideramos mejor dotados. Es decir, el que más sabemos. Esto nos mostrará seguros y dejará la impresión en el profesor que no sólo hemos estudiado, sino que además sabemos de qué se trata.
La segunda escala es ya del orden de las prioridades. Tiene que ver con los acontecimientos que nos esperan. Así, por ejemplo, tenemos miedos en el campo del trabajo y tenemos miedos en el campo del amor. Para esto debemos ver cuáles son prioritarios para su erradicación, según sea el momento de nuestras vidas. Lo aconsejable no es atacar en todos los frentes, sino seleccionar éstos. Allí donde tengamos mayor premura, debemos actuar primero. Si, por ejemplo, estamos en búsqueda de empleo, o con expectativas de un ascenso laboral o de una designación, éste ha de ser el ámbito en el que tenemos que centrarnos. Porque nuestras energías deben ser graduadas por dos motivos: 1) que no nos agotemos rápidamente; 2) para tener éxito, hay mayores probabilidades si se ataca en un solo frente y con todas las ganas, que si nos desperdigamos por varios frentes.

Cómo actúa el miedo al éxito

El miedo al éxito –al que nos hemos referido ya- actúa de diversas maneras. Una de las más habituales es cuando, por ejemplo, tenemos una indisposición el día que debemos hacer un examen para el que nos hemos preparado concientemente. En ese caso, nos juegan una mala pasada nuestros intestinos. Pero la indisposición del organismo también debe ser entendida como producto de un miedo psicológico al éxito. Cuando en la antigua Roma se nombraba a un emperador, éste hacia el viaje de asunción denominado “triunfo”; lo hacía en un carro sostenido por un esclavo que le recordaba “no olvidéis, señor, que eres sólo un hombre”. Con esto quería decir que se trataba de un ser humano y no de un dios, que por lo tanto aquello que era triunfo podía dejar de serlo para trastocarse en derrota. Y en todos nosotros vive, a veces sumergido en el inconsciente, el miedo a lo que los romanos consideraban triunfo y el hombre moderno llama éxito. Y este temor subyace cuando a veces hemos trabajado duramente en pos de una conquista. Especialmente en el campo del trabajo. No siempre se manifiesta con un malestar corporal. Muchas veces fallamos allí donde más seguros nos sentíamos un par de días antes. Solemos creer que “el destino nos juega una mala pasada” pero, en verdad, es el miedo que interiormente tenemos el que nos ha hecho claudicar en el momento menos oportuno.

Revertir un resultado adverso

Un factor decisivo para llegar al éxito es saber revertir un resultado, es decir, poder ganarle a la derrota. El primer paso es asumir el resultado adverso, es decir; reconocer que hemos perdido algo que deseábamos (y no refugiarse en la tan manida excusa de “después de todo, tanto no me interesaba ese trabajo”). El segundo paso es ponernos a trabajar para ganarle a la derrota. Que tendrá el sabor tan especial que tiene la revancha. Ya lo decía el poeta Homero: “ninguna miel es tan dulce como la venganza”. Reemplacemos este último sustantivo por el de “revancha”. Y para eso, además de analizar en detalle todo cuanto hemos hecho –lo que hicimos bien y lo que hicimos mal- debemos asumir una actitud que nos permita pasar página y recomenzar desde cero. Y una vez desglosados los elementos que constituyen la experiencia negativa, debemos ponernos en las mejores condiciones anímicas para afrontar un nuevo desafío.
Con la búsqueda de un empleo –como en un campeonato de fútbol o un desengaño amoroso- siempre nos queda la posibilidad de revancha en el próximo encuentro.
Y para ello es importante buscar la forma de reconfortarnos, dándonos cuenta de aquellos aspectos nuestros que impulsaron inicialmente a los seleccionadores a tenernos en cuenta. Y a respirar siempre un nuevo aire, darnos las ansias y los estímulos que nos permitan afrontar nuevamente el desafío de la búsqueda laboral.
Los tiempos son de mucha exigencia, las posibilidades laborales han mermado. Pero es en esta contingencia en la que debemos dar fuerza a nuestro carácter.
 Nuestro estado de ánimo debe estar siempre templado y orientado como una flecha en dirección a su objetivo. Pero debemos calibrar lo más posible. Porque tenemos dos riesgos objetivos en cualquier empresa que afrontemos: a) sobreestimar al rival; b) subestimar las posibles dificultades a sobrellevar.
Como es fácil comprender, el primer caso surge de una actitud decididamente a la defensiva en la que hasta nos cuesta sacar las manos de los bolsillos.
A su vez, el segundo caso es el que se da cuando nos creemos demasiado autosuficientes. Debemos tener confianza en nosotros, pero eso no quiere decir de ningún modo comportarnos de manera descuidada, pensando que la batalla está ganada antes de librarla.
Lo aconsejable es tener confianza en nosotros mismos y no descorazonarse ante el primer traspié. Siempre debemos saber que es importante aprender con humildad de los fracasos, para tener la voluntad y la sed de triunfo. El triunfo será más rotundo aún, cuando se logre dar vuelta un resultado adverso.

Perder temores y ganar convicciones

Una vez que hemos enfrentado nuestros temores, podremos seguir adelante. Y para esto es necesario que donde antes hubo un temor haya ahora una convicción. El primer paso del camino al éxito es el de nutrirse de convicciones. Sea uno persona de empresa, empleado, deportista, estudiante, actor o comerciante, hombre o mujer, joven o viejo, son las convicciones en nuestras posibilidades las que nos inyectan una energía positiva. Con la cual podremos desenvolvernos en el mundo y alcanzar el éxito. El mayor o menor éxito consiste en nuestra mayor o menor aproximación a las metas que nos trazamos. Pero para poder conseguir el ideal de nuestra meta y el logro de la misma, debemos transitar un camino. Y para poder pisar firme en el mismo, debemos tener convicciones. Es decir, certezas.
La vida nos ha de plantear constantemente nuevos interrogantes. De hecho, si existe el progreso es porque existen los desafíos que el hombre se propone acometer. Pero los mismos nacen de dificultades. Que se presentan cuando algunas de nuestras convicciones –o certezas- deben ser reemplazadas por otras.
Que aparezcan nuevos temores es también comprensible. Una vez más, deberemos situarnos en su reemplazo por otras convicciones. En la vida, nunca nada es definitivo. Tenemos la permanente esperanza que podemos modificar nuestros fracasos –del mismo modo que debemos ser cautos ante nuestros éxitos- . Pero lo importante es sabernos dueños de nuestro destino, esto quiere decir que nadie más que nosotros mismos ha de jugar por nosotros. Si nos proveemos de convicciones y nos diseñamos un camino apropiado, lo nuestro tendrá muchas más posibilidades de éxito que si debemos soportar la carga de nuestros temores y las dudas por el trazado de un camino.

Lo que tenemos que saber

Conocer nuestros recursos: debemos echar siempre una mirada sobre nosotros mismos. Todos simpatizamos con el éxito que el aparentemente menos fuerte David tuvo sobre el gigantesco Goliat. Pocas veces nos detenemos a pensar en los elementos que lo llevaron a la victoria. Tuvo, antes que nada, la fuerte motivación de saber que el rey daría en boda a su hermosa hija al que venciera al energúmeno. Y tuvo la actitud necesaria: lo venceré yo. Y para ello supo trazar la estrategia adecuada. Bastó, como sabemos, una honda para derrotar al corpulento enemigo que llevaba lanza y espada. Él supo hacer de su arma, que a nuestros ojos se ve como modesta, un instrumento eficaz. Que ya lo había sido cuando cazó a un oso y también cuando cazó a un león que quisieron llevarse sus ovejas. Pero el joven David sabía cómo y cuándo usar su honda y su piedra. Porque de eso se trata siempre: conocer cuáles son nuestros recursos. Y saber cómo implementarlos.

Ser concientes de nuestras actitudes: Debemos dedicar un tiempo para conocer a fondo nuestra personalidad. Y para ello debemos distinguir nuestras actitudes de los sentimientos. Porque sólo cuando conocemos unos y otros, podemos darnos cuenta de si hay o no armonía entre ambos. Y un factor importante de análisis es comprobar si existe o no coherencia entre nuestros sentimientos y nuestras actitudes. Los sentimientos son la expresión más profunda e interna de nuestra personalidad. Las actitudes son el modo en que nos desenvolvemos y que, muchas veces no están en armonía con nuestros sentimientos.
Por ello, lo primero es ocuparnos de nuestros sentimientos. Por ejemplo, el sentimiento de vergüenza. Debemos indagar en él, saber cómo y cuándo surge en nosotros. Muchas veces lo reconocemos porque nos ruborizamos. Pero no siempre nos resulta tan evidente.
Nos da vergüenza nuestra casa, o nuestro cónyuge, o nuestra posición social. De lo que se trata, entonces, es de ser concientes de las actitudes que tomamos en la vida. Si consideramos, por ejemplo, el mencionado sentimiento de vergüenza por nuestra posición social, y debemos invitar a cenar a alguien a quien ponderamos en mejor situación, ¿cuál será nuestra postura?... Es importante que nos esclarezcamos a nosotros mismos el sentimiento de vergüenza. No nos ocultemos que sentimos vergüenza. Pero aquí pasa algo parecido a lo que sucede con el llanto. Son sentimientos a los que estamos educados para no manifestar en público. Pero admitamos esto, dado que ciertos atributos que brinda la educación son también clave de éxito. Y ciertos sentimientos no deben ser mostrados en determinadas ocasiones como producto de las convenciones.
De todas maneras, el hecho de que no mostremos nuestros sentimientos, no quiere decir que no debamos enterarnos de ellas. Al contrario, debemos ocuparnos de desentrañar el efecto que en nuestras actitudes, ocasionan sentimientos que consideramos embarazosos. Porque cuando nos estamos refiriendo al combate que debemos realizar contra el miedo al éxito (y el éxito radica hoy en gran medida en hallar inserción en el mercado), de ese “miedo” suele originarse una autoestima desvalida. Debemos comenzar por saber acerca de dichos miedos para poder reaccionar a tiempo y no mostrarlos en público. Así sea para poder reemplazar o dar mejor cauce a algunos sentimientos que impiden nuestro crecimiento, y que nos posibilite optimizar nuestra autoestima. Para lograr las metas en el trabajo, es indispensable eliminar la barrera que significa el miedo al éxito.

Aprender de nuestros sentimientos

Una importante regla de la Psicología nos dice que “... cuanto más aprendamos de nuestros sentimientos, más a gusto nos llevaremos con ellos”. Tenemos que tratar de lograr que todos los sentimientos armonicen en nuestra personalidad.
Para poder tener un adecuado conocimiento de los mismos, es útil que sepamos indagar en nuestro interior. Reconocer qué sentimos, qué cosas nos producen fastidio y cuándo algo nos atemoriza.
Conocer nuestros sentimientos nos ha de ser útil para saber qué “tretas” nos hacemos inconscientemente. Muchas veces nuestra gestión –en el amor, en los estudios o el trabajo- fracasa porque no hemos podido armonizar lo que verdaderamente sentimos con lo que decimos. Y creemos que podemos salir airosos con una fórmula convencional, pero no. Trastabillamos porque en el momento clave emerge inoportunamente –y con especial fuerza- el verdadero sentimiento que habíamos ocultado en lo profundo; por ello, tenemos que buscar dotar de coherencia a nuestra personalidad, logrando una amalgama entre el sentimiento íntimo y ciertas creencias que tenemos al respecto.

La empatía

El objetivo posterior de esta armonización es el de empalmar nuestro estado de ánimo con el de las personas que nos rodean. Y para poder ser útiles, agradables y convincentes a los demás, es necesario contar con el don de la empatía.
La empatía es la armonización entre nuestro pensamiento y sentimiento con el pensamiento y sentimiento de los demás. Es nuestra posibilidad de saber qué sentimos y qué siente el otro (o los otros) en nuestra presencia. Es fundamental en toda tarea humana saber qué quieren los demás de uno, y qué quiere uno de los demás.
Esto es muy conocido en el campo del amor. Un hombre puede amar a una mujer, la que en cambio, puede ver en él una cristalización de su apetito sensual (o viceversa). Pero este “querer algo del otro” es una actitud corriente en nuestras vidas. Podemos querer el reconocimiento de nuestro hijo, el apoyo de nuestra esposa o nuestro marido, la valoración de nuestro jefe, la amistad de nuestros compañeros y así en muchos casos. Esto suele producir choques en muchas ocasiones, porque se producen desencuentros. Y, por lo tanto, desilusiones. Porque nuestras ilusiones no nacen del conocimiento de nuestros sentimientos. Suelen ser ficciones que terminan golpeadas al cotejarse en la dura realidad de los hechos.
La empatía nos posibilita que no sólo comprendamos al otro, sino que también podamos interesarle al otro. Tanto en el afecto como en la solidaridad o el dolor, es la empatía la que posibilita que actuemos de acuerdo con las necesidades del otro. Y también puede ser una llave que nos abra las puertas del éxito. Porque comprender qué pasa en el otro frente a nuestra presencia nos ha de guiar en nuestro propio sendero. No es lo mismo que le seamos indiferentes, que nos rechace o que nos quiera. El sentimiento empático es globalizante, en el sentido en que nos permite entender acerca del otro más allá de las convencionales palabras y de las fórmulas de cortesía.


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Fuerteventura, 04 de Octubre de 2012
Fernando González Silva

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