Unos pequeños consejos para mejorar la autoestima en
esta época de crisis que nos ha tocado vivir y unos consejos para afrontar la
búsqueda de un empleo. Por supuesto, os deseo toda la suerte del mundo en esa
búsqueda.
Batalla
contra la angustia
Como resulta
claro, la principal batalla que libramos cuando estamos sin empleo, se
desarrolla en nuestra vida anímica. Suele invadirnos una gran cantidad de
sentimientos negativos, los cuales traen como consecuencia la reducción de
nuestra autoestima. Éste es el punto en el que debemos librar nuestro principal
combate.
Por ello, para estar preparados, es que debemos detenernos en aquellos sentimientos negativos que nos invaden, para poder reemplazarlos. Veamos a modo de ejemplo. Una de las primeras cosas que nos pasan cuando no logramos una rápida reinserción en el mercado laboral es la aparición de un sentimiento de desazón, especialmente producto de experimentar una pérdida de gran parte de nuestra autoestima.
Por ello, para estar preparados, es que debemos detenernos en aquellos sentimientos negativos que nos invaden, para poder reemplazarlos. Veamos a modo de ejemplo. Una de las primeras cosas que nos pasan cuando no logramos una rápida reinserción en el mercado laboral es la aparición de un sentimiento de desazón, especialmente producto de experimentar una pérdida de gran parte de nuestra autoestima.
Es útil precisar que al no tener
ingresos con los que hasta aquí contábamos –y como nos lo recuerda un personaje
de Borges: “... el dinero es un repertorio de futuros posibles...”, lo
primero que nos acontece entonces es que debemos reducir nuestras posibilidades
en la vida de relación. Según los casos, muchos tienen que depender de sus
cónyuges, otros de sus padres (o novios, o amistades) para determinados gastos.
Y esto atenta, indudablemente, contra nuestra propia autoestima. La incertidumbre
se convierte muchas veces en angustia. Tenemos que asumir que allí
libramos nuestra principal batalla. Porque sólo si podemos quitarnos la
angustia de encima y podremos tener una mejor visión para emprender una
adecuada búsqueda de trabajo.
Reconocer nuestros miedos
En nuestro sentimiento de autoestima ingresan muchos componentes. Pero
si queremos desentrañarlos, uno de los elementos en los que primero debemos
hacer hincapié es en poder reconocer nuestros miedos. Debemos indagar en
nosotros mismos para saber qué es lo que nos aterroriza. Tal vez encontremos
que, por ejemplo, frente a una entrevista laboral nuestro vestuario no sea el
más elegante. O temamos por nuestro lenguaje, o quizás por la imposibilidad de
llegar a la hora.
Sea como fuese, el primer paso
consiste en tomar conocimiento de nuestros temores. Como si estuviéramos
frente a un mapa, tenemos que divisar la localidad hacia la que nos dirigimos.
Sólo entonces podremos enfrentar
los miedos que nos carcomen. Debemos prestar atención a cada uno de los motivos
y, de algún modo, establecer asimismo una escala de prioridades. Tampoco los
miedos son de la misma naturaleza. No es lo mismo el temor a viajar en avión
que el temor a sobresalir en el estudio o en el trabajo. Debemos ser prácticos.
Y para ello es conveniente hacer dos escalas.
La primera escala es la que se
traza acerca de nuestros temores: temor a tartamudear o a perder el hilo
de la conversación, temor a no tener una broma oportuna para el deshielo de la
charla, etc. Calificar de acuerdo con nuestra opinión cuál de estos temores es
el más grande. Luego, sucesivamente, los otros. Es conveniente ir tomando
gradualmente las soluciones. Es decir, empezar por proponernos eliminar primero
los menos complejos, para seguir ascendiendo en la escala de dificultades. Empezar
con lo más fácil para llegar más tarde a lo más difícil. Así como por
ejemplo, la técnica de rendir bien un examen oral. Si nos dan para elegir un
tema de exposición, debemos hacerlo en aquel que nos consideramos mejor
dotados. Es decir, el que más sabemos. Esto nos mostrará seguros y dejará la
impresión en el profesor que no sólo hemos estudiado, sino que además sabemos
de qué se trata.
La segunda escala es ya del
orden de las prioridades. Tiene que ver con los acontecimientos que nos
esperan. Así, por ejemplo, tenemos miedos en el campo del trabajo y tenemos
miedos en el campo del amor. Para esto debemos ver cuáles son prioritarios para
su erradicación, según sea el momento de nuestras vidas. Lo aconsejable no es
atacar en todos los frentes, sino seleccionar éstos. Allí donde tengamos
mayor premura, debemos actuar primero. Si, por ejemplo, estamos en búsqueda
de empleo, o con expectativas de un ascenso laboral o de una designación, éste
ha de ser el ámbito en el que tenemos que centrarnos. Porque nuestras energías
deben ser graduadas por dos motivos: 1) que no nos agotemos rápidamente; 2)
para tener éxito, hay mayores probabilidades si se ataca en un solo frente y
con todas las ganas, que si nos desperdigamos por varios frentes.
Cómo actúa el miedo al éxito
El miedo al éxito –al que nos hemos referido ya- actúa de
diversas maneras. Una de las más habituales es cuando, por ejemplo, tenemos una
indisposición el día que debemos hacer un examen para el que nos hemos
preparado concientemente. En ese caso, nos juegan una mala pasada nuestros
intestinos. Pero la indisposición del organismo también debe ser entendida como
producto de un miedo psicológico al éxito. Cuando en la antigua Roma se
nombraba a un emperador, éste hacia el viaje de asunción denominado “triunfo”;
lo hacía en un carro sostenido por un esclavo que le recordaba “no olvidéis,
señor, que eres sólo un hombre”. Con esto quería decir que se trataba de un
ser humano y no de un dios, que por lo tanto aquello que era triunfo podía
dejar de serlo para trastocarse en derrota. Y en todos nosotros vive, a veces
sumergido en el inconsciente, el miedo a lo que los romanos consideraban triunfo
y el hombre moderno llama éxito. Y este temor subyace cuando a veces
hemos trabajado duramente en pos de una conquista. Especialmente en el campo
del trabajo. No siempre se manifiesta con un malestar corporal. Muchas veces
fallamos allí donde más seguros nos sentíamos un par de días antes. Solemos
creer que “el destino nos juega una mala pasada” pero, en verdad, es el
miedo que interiormente tenemos el que nos ha hecho claudicar en el momento
menos oportuno.
Revertir un resultado adverso
Un factor decisivo para llegar al éxito es saber revertir un resultado,
es decir, poder ganarle a la derrota. El primer paso es asumir el
resultado adverso, es decir; reconocer que hemos perdido algo que deseábamos (y
no refugiarse en la tan manida excusa de “después de todo, tanto no me
interesaba ese trabajo”). El segundo paso es ponernos a trabajar para
ganarle a la derrota. Que tendrá el sabor tan especial que tiene la revancha.
Ya lo decía el poeta Homero: “ninguna miel es tan dulce como la venganza”.
Reemplacemos este último sustantivo por el de “revancha”. Y para eso, además de
analizar en detalle todo cuanto hemos hecho –lo que hicimos bien y lo que
hicimos mal- debemos asumir una actitud que nos permita pasar página y
recomenzar desde cero. Y una vez desglosados los elementos que constituyen la
experiencia negativa, debemos ponernos en las mejores condiciones anímicas
para afrontar un nuevo desafío.
Con la búsqueda de un empleo –como en un campeonato
de fútbol o un desengaño amoroso- siempre nos queda la posibilidad de revancha
en el próximo encuentro.
Y para ello es importante buscar
la forma de reconfortarnos, dándonos cuenta de aquellos aspectos nuestros que
impulsaron inicialmente a los seleccionadores a tenernos en cuenta. Y a
respirar siempre un nuevo aire, darnos las ansias y los estímulos que nos
permitan afrontar nuevamente el desafío de la búsqueda laboral.
Los tiempos son de mucha exigencia, las posibilidades
laborales han mermado. Pero es en esta contingencia en la que debemos dar
fuerza a nuestro carácter.
Nuestro estado de ánimo debe
estar siempre templado y orientado como una flecha en dirección a su objetivo. Pero
debemos calibrar lo más posible. Porque tenemos dos riesgos objetivos en
cualquier empresa que afrontemos: a) sobreestimar al rival; b) subestimar las
posibles dificultades a sobrellevar.
Como es fácil comprender, el
primer caso surge de una actitud decididamente a la defensiva en la que hasta
nos cuesta sacar las manos de los bolsillos.
A su vez, el segundo caso es el
que se da cuando nos creemos demasiado autosuficientes. Debemos tener confianza
en nosotros, pero eso no quiere decir de ningún modo comportarnos de manera
descuidada, pensando que la batalla está ganada antes de librarla.
Lo aconsejable es tener
confianza en nosotros mismos y no descorazonarse ante el primer traspié.
Siempre debemos saber que es importante aprender con humildad de los
fracasos, para tener la voluntad y la sed de triunfo. El triunfo será más
rotundo aún, cuando se logre dar vuelta un resultado adverso.
Perder temores y ganar convicciones
Una vez que hemos enfrentado
nuestros temores, podremos seguir adelante. Y para esto es necesario que donde
antes hubo un temor haya ahora una convicción. El primer paso del camino
al éxito es el de nutrirse de convicciones. Sea uno persona de empresa,
empleado, deportista, estudiante, actor o comerciante, hombre o mujer, joven o
viejo, son las convicciones en nuestras posibilidades las que nos inyectan una
energía positiva. Con la cual podremos desenvolvernos en el mundo y alcanzar el
éxito. El mayor o menor éxito consiste en nuestra mayor o menor aproximación a
las metas que nos trazamos. Pero para poder conseguir el ideal de nuestra meta
y el logro de la misma, debemos transitar un camino. Y para poder pisar firme
en el mismo, debemos tener convicciones. Es decir, certezas.
La vida nos ha de plantear
constantemente nuevos interrogantes. De hecho, si existe el progreso es porque
existen los desafíos que el hombre se propone acometer. Pero los mismos nacen
de dificultades. Que se presentan cuando algunas de nuestras convicciones –o
certezas- deben ser reemplazadas por otras.
Que aparezcan nuevos temores
es también comprensible. Una vez más, deberemos situarnos en su reemplazo
por otras convicciones. En la vida, nunca nada es definitivo. Tenemos la
permanente esperanza que podemos modificar nuestros fracasos –del mismo modo que
debemos ser cautos ante nuestros éxitos- . Pero lo importante es sabernos
dueños de nuestro destino, esto quiere decir que nadie más que nosotros mismos
ha de jugar por nosotros. Si nos proveemos de convicciones y nos diseñamos un
camino apropiado, lo nuestro tendrá muchas más posibilidades de éxito que si
debemos soportar la carga de nuestros temores y las dudas por el trazado de un
camino.
Lo que tenemos que saber
Conocer
nuestros recursos: debemos echar
siempre una mirada sobre nosotros mismos. Todos simpatizamos con el éxito que
el aparentemente menos fuerte David tuvo sobre el gigantesco Goliat. Pocas
veces nos detenemos a pensar en los elementos que lo llevaron a la victoria.
Tuvo, antes que nada, la fuerte motivación de saber que el rey daría en boda a
su hermosa hija al que venciera al energúmeno. Y tuvo la actitud necesaria: lo
venceré yo. Y para ello supo trazar la estrategia adecuada. Bastó, como
sabemos, una honda para derrotar al corpulento enemigo que llevaba lanza y
espada. Él supo hacer de su arma, que a nuestros ojos se ve como modesta, un
instrumento eficaz. Que ya lo había sido cuando cazó a un oso y también cuando
cazó a un león que quisieron llevarse sus ovejas. Pero el joven David sabía
cómo y cuándo usar su honda y su piedra. Porque de eso se trata siempre:
conocer cuáles son nuestros recursos. Y saber cómo implementarlos.
Ser
concientes de nuestras actitudes: Debemos
dedicar un tiempo para conocer a fondo nuestra personalidad. Y para ello
debemos distinguir nuestras actitudes de los sentimientos. Porque sólo cuando
conocemos unos y otros, podemos darnos cuenta de si hay o no armonía entre
ambos. Y un factor importante de análisis es comprobar si existe o no
coherencia entre nuestros sentimientos y nuestras actitudes. Los sentimientos
son la expresión más profunda e interna de nuestra personalidad. Las actitudes
son el modo en que nos desenvolvemos y que, muchas veces no están en armonía
con nuestros sentimientos.
Por ello, lo primero es
ocuparnos de nuestros sentimientos. Por ejemplo, el sentimiento de vergüenza.
Debemos indagar en él, saber cómo y cuándo surge en nosotros. Muchas veces lo
reconocemos porque nos ruborizamos. Pero no siempre nos resulta tan evidente.
Nos da vergüenza nuestra casa, o
nuestro cónyuge, o nuestra posición social. De lo que se trata, entonces, es de
ser concientes de las actitudes que tomamos en la vida. Si consideramos,
por ejemplo, el mencionado sentimiento de vergüenza por nuestra posición
social, y debemos invitar a cenar a alguien a quien ponderamos en mejor
situación, ¿cuál será nuestra postura?... Es importante que nos esclarezcamos a
nosotros mismos el sentimiento de vergüenza. No nos ocultemos que sentimos
vergüenza. Pero aquí pasa algo parecido a lo que sucede con el llanto. Son
sentimientos a los que estamos educados para no manifestar en público. Pero
admitamos esto, dado que ciertos atributos que brinda la educación son también
clave de éxito. Y ciertos sentimientos no deben ser mostrados en determinadas
ocasiones como producto de las convenciones.
De todas maneras, el hecho de
que no mostremos nuestros sentimientos, no quiere decir que no debamos
enterarnos de ellas. Al contrario, debemos ocuparnos de desentrañar el efecto
que en nuestras actitudes, ocasionan sentimientos que consideramos embarazosos.
Porque cuando nos estamos refiriendo al combate que debemos realizar contra el
miedo al éxito (y el éxito radica hoy en gran medida en hallar inserción en el
mercado), de ese “miedo” suele originarse una autoestima desvalida.
Debemos comenzar por saber acerca de dichos miedos para poder reaccionar a
tiempo y no mostrarlos en público. Así sea para poder reemplazar o dar mejor
cauce a algunos sentimientos que impiden nuestro crecimiento, y que nos
posibilite optimizar nuestra autoestima. Para lograr las metas en el trabajo,
es indispensable eliminar la barrera que significa el miedo al éxito.
Aprender de nuestros sentimientos
Una importante regla de la
Psicología nos dice que “... cuanto más aprendamos de nuestros sentimientos,
más a gusto nos llevaremos con ellos”. Tenemos que tratar de lograr que
todos los sentimientos armonicen en nuestra personalidad.
Para poder tener un adecuado
conocimiento de los mismos, es útil que sepamos indagar en nuestro interior.
Reconocer qué sentimos, qué cosas nos producen fastidio y cuándo algo nos
atemoriza.
Conocer nuestros sentimientos
nos ha de ser útil para saber qué “tretas” nos hacemos inconscientemente.
Muchas veces nuestra gestión –en el amor, en los estudios o el trabajo- fracasa
porque no hemos podido armonizar lo que verdaderamente sentimos con lo
que decimos. Y creemos que podemos salir airosos con una fórmula
convencional, pero no. Trastabillamos porque en el momento clave emerge
inoportunamente –y con especial fuerza- el verdadero sentimiento que habíamos
ocultado en lo profundo; por ello, tenemos que buscar dotar de coherencia a
nuestra personalidad, logrando una amalgama entre el sentimiento íntimo y
ciertas creencias que tenemos al respecto.
La empatía
El objetivo posterior de esta
armonización es el de empalmar nuestro estado de ánimo con el de las
personas que nos rodean. Y para poder ser útiles, agradables y convincentes
a los demás, es necesario contar con el don de la empatía.
La empatía es la armonización
entre nuestro pensamiento y sentimiento con el pensamiento y sentimiento de los
demás. Es nuestra posibilidad de saber qué sentimos y qué siente el otro (o
los otros) en nuestra presencia. Es fundamental en toda tarea humana saber qué
quieren los demás de uno, y qué quiere uno de los demás.
Esto es muy conocido en el campo
del amor. Un hombre puede amar a una mujer, la que en cambio, puede ver en él
una cristalización de su apetito sensual (o viceversa). Pero este “querer
algo del otro” es una actitud corriente en nuestras vidas. Podemos querer
el reconocimiento de nuestro hijo, el apoyo de nuestra esposa o nuestro marido,
la valoración de nuestro jefe, la amistad de nuestros compañeros y así en
muchos casos. Esto suele producir choques en muchas ocasiones, porque se
producen desencuentros. Y, por lo tanto, desilusiones. Porque nuestras
ilusiones no nacen del conocimiento de nuestros sentimientos. Suelen ser
ficciones que terminan golpeadas al cotejarse en la dura realidad de los
hechos.
La empatía nos posibilita que no
sólo comprendamos al otro, sino que también podamos interesarle al otro. Tanto
en el afecto como en la solidaridad o el dolor, es la empatía la que posibilita
que actuemos de acuerdo con las necesidades del otro. Y también puede ser una
llave que nos abra las puertas del éxito. Porque comprender qué pasa en el otro
frente a nuestra presencia nos ha de guiar en nuestro propio sendero. No es lo
mismo que le seamos indiferentes, que nos rechace o que nos quiera. El
sentimiento empático es globalizante, en el sentido en que nos permite entender
acerca del otro más allá de las convencionales palabras y de las fórmulas de
cortesía.
Si te
gustó la entrada, puedes suscribirte, darle "me gusta" o "compartir"
en Facebook, Twitter y Google +. Eso me ayudaría mucho. Gracias
Fuerteventura, 04 de Octubre de 2012
Fernando González Silva
No hay comentarios:
Publicar un comentario